lunes, 26 de noviembre de 2007

Mi vida en rosa

Por supuesto, Gran Hermano entra dentro de mi agenda setting -aunque sólo vea unos minutos al día y por casualidad- y este año la estrella es Amor. A colación de su paso por la casa, tuve una conversación (discusión) con una amiga. Ella me decía que si se enrollaba con un tío, se enamoraba y al cabo de seis meses le decía que nació tía, lo mataba... o como mínimo, lo dejaba. Yo argumentaba que en el grado de ese amor estaba la capacidad de perdonar o de comprender. Me decía que en una relación de pareja o amistad, lo más importante es la sinceridad. Yo opinaba -y opino- que la sinceridad es inversamente proporcional a la intolerancia y al miedo a las reacciones sociales y que si él no había dicho nada hasta seis meses, un año, seis años después, no era por falta de ganas, sino por terror al desprecio. ¿Que problema hay si lo quieres? Zanjé la conversación por pánico a perder el respeto a mi amiga. Hay aspectos de su pensamiento que prefiero no conocer... pero bueno, el amor que siento por ella, lo puede todo ¿no?

Me acordaba de esa conversación mientras veía ayer por la tarde, Mi vida en Rosa, película francesa con diez años de historia del director Georges Du Fresne. La película narra la historia de Ludovic un varón que con 7 años tiene las cosas bien claras. Quiere vestirse de princesa y vivir en el mundo de su muñeca. Pertenece a una familia común, tiene dos hermanos y una hermana, y su padre trabaja para un jefe conservador que tiene un niño que va a clase con Ludovic. Acaban de mudarse a un barrio burgués, donde todo es supuestamente calmo y feliz.

Muchas veces me había preguntado como se siente un niño o una niña cuando descubre que un pene o una vagina no cuadra en su pequeño cuerpo y esta película ofrece una de las muchas lecturas que puede tener el asunto. No me gusta la palabra transexual, me suena a pecado, a sucio, a enfermedad. Me suena a insulto y quizás el motivo es que ni la sociedad, ni yo con ella, hemos evolucionado lo suficiente como para aceptar que detrás de un/una transexual hay una persona, que sufre, siente, padece... y que lo hace desde mucho antes de que los demás descubramos que comernos los mocos es una cochinada. ¿Por qué no decir, simplemente hombre o mujer? O más fácil, porqué no hablar de personas.

Vuelvo a la película. Estamos pues, en un barrio burgués. El niño insiste en su deseo de ser niña y lo hace de forma notoria. En vez de pensar "son cosas de niño" y permanecer indiferentes ante las "extravagancias" del menor, los vecinos entran en una dinámica de destrucción: consiguen que al niño -repito, de 7 años- lo expulsen del colegio y que el padre sea despedido por el jefe, que cree que la culpa de que su hijo sea un pequeño homosexual es de Ludovic -tampoco el futuro psiquiátrico de este menor es esperanzador-. Hasta los propios progenitores del "niño-niña" (como el mismo se define) soportan la presión. En vez de buscar la causa de su repentina inestabilidad familiar en los ataques una microsociedad hipócrita, acaban dándola la razón. Y no sigo porque os destripo esta historia llena de ternura, de verdad y de reflexiones.

Creo que todos deberíamos tener un miembro de uno de los llamados colectivos minoritarios en nuestra vida. Quizás así descubriríamos que somos tan diferentes y tan parecidos a ellos como al resto de los humanos. No quiero dar la imagen de una persona sin prejuicios. Tengo, y muchos... muchísimos.... A veces me doy miedo. Gracias a las mentes privilegiadas -o con prejuicios distintos a los míos- existen películas como esta, que favorecen la comprensión y ponen ante un espejo a todos aquellos que en algún momento piensan (o pensamos) que el otro es menospreciable... Ojala en un futuro todas estas cosas sean insignificantes.

(He pinchado en el corrector de este blog y me pone que transexual está mal escrito. Le doy a ver si en realidad me faltan o me sobran letras y me sale para corregirlo "tornasola, tornasol, tornasole, tornasolo..." palabras que ahora mismo no sabría como coño definir. Con cierto mosqueo me he ido a la RAE para ver como se escribe y efectivamente, se hace tal y como yo lo pongo. Os pongo las definiciones: 1. adj. Dicho de una persona: Que se siente del otro sexo, y adopta sus atuendos y comportamientos. U. t. c. s.2. adj. Dicho de una persona: Que mediante tratamiento hormonal e intervención quirúrgica adquiere los caracteres sexuales del sexo opuesto. U. t. c. s. En resumen, que hasta el corrector de este blog no tiene asumida la existencia de personas que nacen con un cuerpo y una mente en conflicto)

jueves, 8 de noviembre de 2007

LOS COCHES ECOLÓGICOS ¡JA!

Tengo un gran lío de ideas que voy a tratar de ordenar en este texto, para luego, poder discutir con un poco de coherencia en mis reuniones sociales. Creo que la teoría la tengo, pero me falta ordenarla.

He pasado varios meses sin prestar demasiada atención a un anuncio del Ministerio de Medio Ambiente –GOBIERNO DESPAÑA-. El otro día lo vi entero. Sobre una música muy poco agraciada una voz en off decía algo así como “te crees el amo del mundo. Coges el coche para todo…”. Señores y señoras voluminosas y voluminosos con un estilismo made in Las Vegas, se pasean por la pantalla. Vemos maquillajes estruendosos, puros humeantes, pelos en el pecho, sudores y demás estampas poco atractivas. La voz en off suelta algo así como “¿Y no has pensado que el petróleo se va acabar?” Cambia la música y a partir de ese momento, salen chicos y chicas guapas, delgados, de catálogo del corte inglés, en un tren o con un molinillo de viento. Antes este adefesio formativo –que no informativo ni publicitario, porque lo que busca esta campaña es educarnos para mantener vivo el planeta- ¿Cómo coño quieren los del gobierno despaña que me sienta motivada? Saco varias conclusiones: los gordos son marranos, sudan, fuman puros y tienen todo lo contrario a una mentalidad ecológica, mientras que los finitos y finitas son limpios y van en tren. No me gusta el cliché. No me gusta la campaña, es más, me pone enferma. La mala leche llega cuando pienso en que ese desastre lo pago yo, que también financio al patán que hizo la creatividad de los vidrios, el anuncio que me mezcla el síndrome de Diógenes con el reciclaje, etcétera… en fin.

De ahí me voy al otro extremo, el de los anuncios engañosos. Renault ha conseguido acaparar el interés del ciudadano con una campaña en la que un montón de gente canta un estribillo pegajosillo sobre un coche ecológico. Y digo yo: un coche no puede ser ecológico. Lo único ecológico es no cogerlo. Si que puede emitir menos CO2 a la atmósfera, puede ser un FFV y aceptar biocarburantes, pero por eso no es un coche ecológico, es menos contaminante, nada más.

Para concluir esta reflexión: los de Renault consiguen crear una supuesta conciencia ecológica que el gobierno ni huele. Deberían tener cuidadito con los mensajes que lanzan. No se puede hacer creer al ciudadano que si compras un determinado coche los polos no se derretirán. El mensaje es el del gobierno: hay que evitar coger el coche en la medida de lo posible, y luego, cuando lo cojas, porque te resulta necesario, si este es menos contaminante pues mejor. He dicho, bichos.