martes, 22 de mayo de 2007

EL MUNDO ES MÁS RARO PARA ALGUNOS

Propongo como actividad escolar llevar a los niños a la T1 de Barajas para que vean como llega un vuelo de algún país origen de inmigración. Hoy, por cosas de la vida, he tenido esta experiencia.

He ido a recoger a unos familiares que llegaban de pasar unos días de vacaciones en la República Dominicana. Junto a los que como yo, esperábamos a turistas renegridos por el sol y con la cabeza cargada de minitrencitas, se amontonaban gentes de por allí, que llevan mucho tiempo por acá sin poder ver a sus hijos, hermanos, padres…

Retraso de una hora. Mientras yo resoplaba al tiempo que miraba mi reloj con rabia, ellos permanecían ansiosos frente a la puerta de la Sala Uno. Con el avión en tierra, sus nervios, sus movimientos, sus risas, les delataban. Más o menos los 20 minutos, con el abrir y cerrar de las puertas misteriosas, se inicia el desfile constante de estampas extraordinarias. Así, de repente, sin pedirlo.

La más enternecedora –o dolorosa, según se mire- ha sido la de una niña de unos 7 años y un padre. Ella está aquí, con su madre, incapaz de soportar la espera delante de la balaustrada. Él llega con su carrito, atorado… y cuando ve a la niña no puede más que pararse en seco. Deja el carrito y coge a su hija en los brazos. Su mujer traspasa la valla, le besa, emocionada, y comienza a arrastrar al carrito. El hombre con la niña entre sus brazos, no deja de llorar. Y así, varios minutos que han sido un mordisco de realidad para los que estábamos presentes. Es posible que haya conocido a la niña por su madre, es posible que viniera aquí cuando sólo era un bebé de dos o tres años. Todo eso es posible. Y como a ellos, he visto chicas que esperaban a sus madres, hermanos que experimentaban emociones incontrolables, niños que llegaban corriendo varios metros por delante de su padre para abrazar a su madre… he visto muchas cosas, hoy.

Creo que todos han vivido el día más feliz de su vida. De hecho, creo que me lo han contagiado.